Lo invito a imaginar la siguiente situación: Usted, luego de décadas de esfuerzo, dedicación y sacrificio (personal y profesional) al servicio de una universidad, logra finalmente sintetizar esa molécula, refinar ese protocolo, identificar ese target terapéutico, codificar ese algoritmo, o diseñar ese dispositivo, que lo cambiará todo. Quizás ese trabajo no revolucione el mundo. O quizás sí. Pero sabe que definitivamente será una contribución en la vida de las personas o en el quehacer de las industrias específicas donde se aplique su desarrollo.
Sabe, además, que ese esfuerzo no solo fue intelectual. También implicó gestión. Sin descuidar sus obligaciones docentes y familiares, debió redactar un sinnúmero de proyectos para obtener el financiamiento público que le permitiera avanzar en su idea. Tuvo a su vez, que adentrarse en disciplinas un tanto alejadas de su formación científica y aprender a usar conceptos «esotéricos», tales como «cliente», «modelo de negocio» o «tamaño de mercado», absolutamente necesarios para obtener el apoyo de empresas privadas que le piden los fondos públicos, como condición para adjudicarle esos proyectos de I+D.
Ya en la fase final de este largo camino, llega a la triste conclusión que el mundo aún no está preparado para adoptar su tecnología. Sabe que la única forma para refinarla y convertirla en un producto que efectivamente se use en la sociedad, es hacerlo directamente usted.
Entonces, afina sus dotes políticas y se lanza al enrevesado derrotero de convencer a las autoridades de su universidad, de que el emprendimiento que quiere hacer, su spin off, no está únicamente motivado por mezquinos intereses y puro afán de lucro, sino que es la única manera de transformar sus resultados científicos en un producto, en el mercado y para beneficio de la sociedad. Es cuando comienza a extrañar sus días de laboratorio, cuando los datos objetivos y la pura lógica bastaban para avanzar en su carrera. Pero cuando está a punto de tirar la toalla, sucede: todos y cada uno de los comités y autoridades universitarias dan por fin su aprobación.
Su spin off verá la luz del día. Y aunque es apenas un hito intermedio en esta maratón, ahora ya sabe que puede avanzar, y que cada día está más cerca el momento en que su ciencia se transforme en innovación, salvo por un pequeño detalle: su spin off no es realmente suyo. O, dicho de otra manera, sólo puede tener, como máximo, 10 por ciento de la propiedad de este. Tampoco puede ser el CEO, ni asumir funciones directivas en él.
Esta historia y todos sus obstáculos, es precisamente, uno de los principales problemas que busca resolver el proyecto de ley de transferencia tecnológica que, impulsado por el Ministerio de Ciencia, acaba de avanzar al segundo trámite constitucional. La restricción viene dada por la combinación de una serie de normas, destinadas a regular otras situaciones (como la probidad administrativa), pero que lamentablemente también son un gigantesco obstáculo para que la ciencia generada en nuestras universidades, públicas y privadas, pudiera llegar a convertirse en productos y servicios con impacto real en la sociedad. No se trata solo de corregir una evidente injusticia, sino de generar las condiciones necesarias para que la naciente empresa de base científica tecnológica (EBCT) pueda efectivamente tener los apoyos necesarios para lograr su cometido.
Aunque una EBCT sea una de las mejores formas de transformar ciencia en innovación, esta requiere, entre otras cosas, de capital. Dado el riesgo que representan, este solo puede conseguirse desde fondos públicos o de inversionistas privados (VC, por su sigla en inglés, Venture Capital). Un VC examina muchos aspectos antes de decidirse por invertir, siendo uno de los más importantes, el equipo de personas detrás de la EBCT. O, dicho de otra forma, apuesta por aquellas personas que demuestran la capacidad y el compromiso suficiente para salvar todos los obstáculos que se le presentarán en el camino. Y por supuesto, no es muy buena señal que el fundador del proyecto tenga un porcentaje menor en la propiedad de su empresa, ni pueda asumir un rol directivo en la misma.
Esta es solo una de las aristas que aborda el proyecto de ley que, de aprobarse, significará un extraordinario impulso en la transformación de nuestra ciencia en innovación, la generación de empleo altamente cualificado, la inversión sofisticada de alto retorno y, en general, la evolución de Chile hacia una sociedad del conocimiento.
Javier Ramírez
Director ejecutivo Know Hub Chile
Lee la columna orginal aquí: https://opinion.cooperativa.cl/opinion/ciencia-y-tecnologia/emprender-como-investigador-universitario-prueba-superada/2024-10-28/223747.html