El fracaso de la política global y el futuro del plástico: Una apuesta por la innovación local

“No se trata solo de cumplir cuotas de reciclaje o de reducir cifras en los reportes internacionales. Se trata de generar una matriz productiva basada en ciencia y tecnología que convierta un problema global en un motor de desarrollo local. Cada emprendimiento que logra valorizar residuos no solo reduce la contaminación, también dinamiza la economía, crea empleos de calidad y fortalece la independencia del país frente a intereses externos”.

Un auditorio solemne, un tratado que parecía inminente y, de pronto, el silencio incómodo de una negociación que no llega a puerto. Así terminó la reciente cumbre en Ginebra sobre plásticos, una escena que refleja la fragilidad de los consensos internacionales frente a intereses económicos que pesan más que cualquier urgencia ambiental. No fue solo un fracaso diplomático: fue un espejo que nos devolvió la certeza de que esperar a que las grandes potencias resuelvan un problema global puede ser un ejercicio tan eterno como estéril.

¿Y ahora qué? La respuesta no vendrá de un nuevo tratado, sino que está emergiendo desde abajo, en los territorios, en la academia, en los emprendimientos que se atreven a repensar el destino de un material omnipresente y problemático. La verdadera revolución contra el plástico no se gesta en las cumbres globales, sino en laboratorios locales, talleres de innovación y ecosistemas de emprendimiento que están tomando en serio el desafío.

La magnitud del problema es brutal. Más del 75% del plástico fabricado desde mediados del siglo XX se ha convertido en desecho. Son 7.000 millones de toneladas que hoy saturan rellenos sanitarios, playas, océanos y hasta los sistemas digestivos de las especies que consumimos. Mientras tanto, seguimos dependiendo del reciclaje mecánico, una estrategia que, aunque útil, tiene límites evidentes: no todos los plásticos son reciclables y, además, el material pierde calidad en cada ciclo. La ecuación es simple: la producción crece, la reutilización se degrada y los residuos se acumulan.

Chile ha intentado enfrentar este desafío con la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que obliga a las empresas a hacerse cargo de los residuos que generan. Aunque es un paso necesario, su implementación ha mostrado fisuras: dificultad para recolectar materiales en condiciones óptimas y una normativa demasiado centrada en el reciclaje mecánico. Esta mirada estrecha deja fuera un abanico de soluciones que podrían cambiar las reglas del juego.

Y aquí es donde la innovación se vuelve protagonista. El plástico, al fin y al cabo, no es más que un hidrocarburo complejo ¿Por qué limitarse a triturarlo y reprocesarlo, si podemos transformarlo en energía o en materiales de mayor valor? En Chile ya se están dando pasos que inspiran: en la Universidad de Concepción investigan cómo convertir plásticos en combustible aeronáutico; startups como Bluera los transforman en gas combustible. Son ejemplos que demuestran que no estamos condenados a la acumulación eterna de residuos, siempre que nos atrevamos a mirar con lentes de ciencia y creatividad.

El Estado también comienza a mover piezas en la dirección correcta. Programas como Transforma Economía Circular de Corfo, la instalación de un Centro Tecnológico de Economía Circular en Los Lagos y la incorporación de la sostenibilidad en fondos de innovación son señales alentadoras. Pero todavía falta lo más difícil: articular a todo el ecosistema. Los gestores de residuos, los sistemas de gestión y las propias empresas deben contar con incentivos claros para adoptar tecnologías que hoy son vistas como riesgosas o poco rentables.

Aquí se abre una oportunidad histórica para Chile: construir una soberanía sostenible. No se trata solo de cumplir cuotas de reciclaje o de reducir cifras en los reportes internacionales. Se trata de generar una matriz productiva basada en ciencia y tecnología que convierta un problema global en un motor de desarrollo local. Cada emprendimiento que logra valorizar residuos no solo reduce la contaminación, también dinamiza la economía, crea empleos de calidad y fortalece la independencia del país frente a intereses externos.

La paradoja del plástico es que, aunque representa uno de los mayores desafíos ambientales de nuestro tiempo, también puede convertirse en una fuente de innovación sin precedentes. Si los grandes tratados globales fracasan, la mejor respuesta que podemos dar es demostrar que desde un laboratorio universitario en Concepción o desde una startup nacida en un garaje en Santiago, se puede cambiar la historia.

El futuro del plástico no se juega en Ginebra. Se juega aquí, en Chile, en cada iniciativa que decide no esperar permisos desde arriba y apuesta por la fuerza de la innovación local. Y en esa jugada está la posibilidad de transformar la frustración global en esperanza concreta.

Alonso Ureta
Gestor de Portafolio

Lee la columna original en https://www.paiscircular.cl/opinion/el-fracaso-de-la-politica-global-y-el-futuro-del-plastico-una-apuesta-por-la-innovacion-local/