El pasado 7 de agosto, en el evento de innovación “Human, innovan las personas, un llamado a la acción sin excusas”, organizado por ICARE, me encontré con un detalle que me hizo detenerme. En una de las charlas iniciales, apareció proyectada la sigla I+D+I, con la “Innovación” escrita en mayúscula. No sé si se trató de un error de escrituración o de una decisión consciente, pero elijo creer lo segundo: una declaración de intenciones. Una forma de decirnos, casi indirecta, que la innovación merece el mismo estatus que sus compañeras de fórmula, la investigación y el desarrollo.
En el mundo hispanohablante, estamos acostumbrados a escribir I+D+i, reservando la mayúscula para la Investigación y el Desarrollo, y relegando la innovación a una modesta minúscula. En inglés, en cambio, la fórmula equivalente es R&D&I —Research, Development and Innovation—, donde todas las letras iniciales van en mayúscula. Puede parecer un detalle insignificante, un simple formalismo gráfico, pero las formas importan. Y mucho.
En comunicación, los símbolos no son neutrales. La tipografía, la posición y hasta la puntuación transmiten mensajes implícitos. Al usar la “i” minúscula, la innovación parece quedar subordinada, como si fuera un apéndice simpático pero secundario de los verdaderos protagonistas: la investigación y el desarrollo. En cambio, al colocarla en mayúscula, se le reconoce un lugar de igualdad, de responsabilidad compartida en la cadena que va desde el conocimiento hasta el impacto.
Sé que las explicaciones lingüísticas y normativas existen. En español, el uso de la minúscula se ha justificado bajo la idea de que “innovación” no es un área de conocimiento en sí misma, sino un proceso o resultado derivado de las dos anteriores. También hay razones históricas: la sigla I+D se consolidó en políticas públicas y documentos oficiales décadas antes de que la innovación se incorporara como concepto clave, y cuando se sumó la “i”, se la colocó así, casi como nota al pie.
Pero los tiempos cambiaron. Hoy sabemos que no basta con investigar y desarrollar si no somos capaces de transformar esos resultados en valor para la sociedad, la economía o el medio ambiente. La innovación no es un “después”, es un “junto con”. Forma parte integral del ciclo de generación de impacto. Y si en inglés esto se refleja de forma natural con tres letras mayúsculas, en español seguimos cargando con una inercia que, tal vez sin quererlo, perpetúa una jerarquía mental.
Aquí es donde la elección de ICARE, voluntaria o no, se vuelve sugerente. Al escribir I+D+I, se rompe esa estructura heredada y se envía un mensaje simbólico: la innovación está en el mismo nivel, con la misma fuerza visual y conceptual que la investigación y el desarrollo. Y si la forma en que escribimos influye en la forma en que pensamos, quizá valga la pena repensar nuestras siglas.
No se trata de una cruzada tipográfica, sino de una invitación a reflexionar sobre cómo valoramos la innovación. En un contexto global donde los países compiten no solo por generar conocimiento, sino por aplicarlo y escalarlo, colocar a la innovación en igualdad de condiciones no es un capricho: es una declaración de estrategia.
Así que, la próxima vez que vea una “i” minúscula al final de la fórmula, recordaré que podemos elegir —como en aquella charla de ICARE— darle mayúscula. No por rebeldía gramatical, sino porque reconocer a la innovación como protagonista es reconocer que, sin ella, la investigación y el desarrollo se quedan incompletos.

Javier Ramírez
Director ejecutivo Know Hub Chile
Lee la columna original en https://comentarista.emol.com/2230711/34473822/Javier-Ramirez.html